Por Iván Bueno, periodista de la Universidad de Chile. Es especialista en comunicación organizacional y gran minería y manejo de crisis comunicacionales. Es experiodista del diario Las Últimas Noticias (Chile) y excodelquiano (Codelco). Hijo de la educación pública, cocinero y pintor aficionado, conversador empedernido. Lo encuentran en LinkedIn, Instagram y Tik Tok.
En tiempos de carencia, siempre fue una mano amiga. Costaba comprar las cosas, pero ella se las arreglaba para enviarnos mercadería. Les hablo de los inicios de los 80, cuando la depresión era total en Chile.
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Así era mi madrina Berta, generosa, preocupada. Si la visitábamos, me llamaba desde su habitación, antes de irnos de su casa, y me decía, mientras introducía unos billetes en mi bolsillo: “Entrégaselos a tu papá; si te pregunta, dile que es un préstamo”.
Mi viejo, un hombre orgulloso y responsable al cubo, lamentablemente nunca pudo negarse. Lo intentó, de eso doy fe, pero el afán de mi madrina por ayudar era más poderoso que su orgullo, y demasiado oportuno ante su incapacidad económica. Él, al final, cedía.
La incomodidad de mi padre era un pudor mínimo al lado de lo que vivieron amigos y conocidos que, mal de billete, y sin la ayuda de alguien como la buena de mi madrina Berta, recurrieron a prestamistas de verdad.
Abundaban. Bastaba hojear cualquier diario, en los 80 y los 90, para verlos luego de las noticias del estado de la ciudad y de crónica roja. Ahí estaban los prestamistas cerrándote un ojo, adentro de un cuadradito, en un aviso económico que incluía un par de números telefónicos y una frase publicitaria que no podías despreciar si no tenías ni una luca en la billetera:
“DINERO CONSTANTE Y SONANTE. ¡AHORA! CONDICIONES A CONVERSAR”

Con el tiempo, los prestamistas se refinaron un poco.
En pleno siglo XXI, apareció en Chile la temida práctica del préstamo “gota a gota”. A veces, una oferta “imposible de rechazar” para microempresarios, comerciantes o para cualquier padre o madre desesperada.
La clientela que los necesita ha crecido, porque tal como dicen algunos economistas, ante situaciones extraordinarias, soluciones extraordinarias, y la pandemia trajo todo lo extraordinario que necesitábamos para desesperar e ir, por la vereda de la usura, a pedir plata a una mano nada amiga.
El refinamiento del que les hablo recién lo identificamos los chilenos: no se trató, como antes, de la figura de un prestamista solitario que llevaba la contabilidad en un cuaderno; ahora nos desayunamos con una banda de prestamistas que operaba en la zona centro sur de Chile, desde la región del Bío-Bío hasta Chiloé, y con tentáculos que llegaban hasta Brasil y Colombia. Por suerte para todos, la banda fue descubierta y encarcelada a mediados de este año.
Mejor aún es que ese flagelo haya sido visto por los emprendedores tecnológicos como una oportunidad. Así es como han surgido startups que ofrecen préstamos online que, con montos bajos, tasas fijas, legales, han sido tabla de salvación para otros emprendedores, vecinos y familias que buscaban dinero que la banca tradicional se negaba a prestar.
Por supuesto, las fintechs no son perfectas y han tenido tropiezos. En Chile, al menos tres han sido denunciadas a la justicia por prácticas ilegales, aunque hay muchas que están haciendo el camino difícil: operar con honestidad para hacer un negocio que sirva al resto.
No pretendo hacer una apología del endeudamiento, que ese es otro flagelo del que ya les hablaré. Pero ante una realidad brutal como la carencia, ¿por qué no obtener dinero de una empresas que no te amenaza, no confunde, no te estafa?
Habrá que seguir mirando a las fintechs, de todos modos, y analizando. Bien lo dice la bíblica frase: por sus frutos los conoceréis. Ojalá sigan dando, en su mayoría, frutos buenos, como eran las acciones providenciales de mi madrina Berta.
¿Les cuento una cosa? Nunca nos cobró. Al final, le dijo a mi padre que todo ese dinero era un regalo para mí, “el ahijado que más quiero”.