Arellano creó la organización civil mexicana Colmena 41, junto a Enrique Torre Molina, para ofrecer oportunidades a emprendedores de la comunidad LGBT+. ¿Cómo llegó hasta ahí? A través del conocimiento y resiliencia que fue adquiriendo durante un largo y complejo recorrido de descubrimiento personal y de emprendedurismo social.
Siete de cada 10 personas de la comunidad LGBT+ emprenden en México para evitar la discriminación, de acuerdo al estudio Emprender con Orgullo realizado por Colmena 41 y Meta en 2021.
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La publicación es el fruto de una alianza que busca conocer las circunstancias, fortalezas y complejidades que enfrenta la comunidad LGBT+ al momento de operar una empresa, fomentar el diseño de políticas públicas y programas para impulsarlas, y apoyar a los negocios encabezados por personas de dicha comunidad.
Colmena 41 es una organización civil fundada en 2017 por Federico Arellano (junto a Enrique Torre Molina), un emprendedor tecnológico y activista. Desde entonces, se ha convertido en un vehículo para la inclusión y un gran impulsor del emprendimiento en México, labor que ya se ha replicado en otros países de América Latina.
En paralelo a Colmena 41, Federico Arellano ha desarrollado MiCochinito.com desde 2014, uno de los primeros crowdfundings en la región (una plataforma digital que permitía que los jóvenes con proyectos pudieran acceder a recursos de terceros a cambio de una recompensa), y tal vez el primero con una visión totalmente social, cuando todavía el sector ni siquiera se encontraba regulado.
Hablamos con Federico Arellano, desde Toronto, donde vive hace menos de seis meses, y nos contó que hace pocos días tomó la difícil decisión de cerrar definitivamente MiCochinito, luego de un periodo de incertidumbre y la pandemia que casi los acaba.
Pero no todos son malas noticias. Arellano también nos contó de la vitalidad de Colmena 41 y de un nuevo proyecto personal que acaba de conseguir financiación y que apunta al mismo sector que MiCochinito: la inclusión.
–Antes de ser un activista, arrancas muy joven como emprendedor. ¿Cómo fue esa historia?
-Yo estudié Economía y Derecho en el ITAM (una de las universidades más prestigiosas de México) pensando que iba a tener una trayectoria en el gobierno o en el negocio de la familia (financieros). Pero en ese lapso me enamoré perdidamente de otro hombre y eso cambia todos los planes, en todos los sentidos. Mi primer emprendimiento lo viví como un proceso para estar cerca de él. Un emprendimiento que tomó los primeros 10 años de mi vida profesional. Desde ese momento empecé con los temas de impacto social. Empezamos a hacer unos talleres de iniciación vocacional, ya que me di cuenta de que los jóvenes escogían sus carreras sin información, a pesar de ser una de las decisiones mas transformadoras de la vida.
Muchos de los chavos que empezaban a ir a estos talleres me decían que les quedaba claro cómo con la tecnología podían dedicarse casi a lo que sea, pero se encontraban ante el obstáculo de cómo financiar sus proyectos. Entonces, pensé que iba poder encontrar algún producto financiero para ellos. Vuelvo a mi casa y me dice mi papá: Así no funciona, compañero. En el sistema financiero mexicano para que alguien pueda tener acceso a un crédito tiene que cumplir una serie de requisitos. El primero, comprobar ingresos; y segundo, tener un buen historial crediticio.
Así llegué al crowdfunding, en ese afán de encontrar un producto financiero para estos jóvenes. A nivel tecnológico me toma mucho tiempo, porque estos jóvenes no estaban bancarizados, y entonces no se podía replicar el modelo de un kickstarter. En México apenas había algunas iniciativas que en su mayoría ya desaparecieron y ese no era su mercado. Intenté de todo. Busqué a los proveedores de los telejuegos que eran un número de teléfono al que tú marcabas para participar en rifas y que la gente donara; busqué a quienes vendían las tarjetas prepago en los Oxxos; busqué también en la política apoyos gubernamentales.
Mi hipótesis era que tenía que encontrar formas para hacer sostenible el modelo de la inclusión financiera de los jóvenes, a partir de la tecnología, aunque que no fuera la más moderna, ni la más elevada, sino la que ellos tuvieran a su alcance.
–Esa búsqueda te abrió otras puertas.
-Así es. Llegué hasta Washington, a una organización que se llama Young Americas Business Trust (YABT) y que trabaja mucho con jóvenes. También con el BID, que quería desarrollar el ecosistema de crowdfunding en México. A partir de ese trabajo llegué a participar en la defensa de la ley Fintech.
-Pero ¿qué hiciste ante la falta de resultados? ¿Cómo llegas al crowdfunding?
-Probamos cajeros automáticos en las escuelas… Nada salía y llega en 2015 un punto de quiebre grandísimo para mí, y es que salgo del clóset a mis 28 años. A partir de eso se empezaron a dar una serie de transformaciones personales por las que decido romper con todo lo que hay que romper.
Yo ya estaba contento, estaba libre, abierto para poder recibir inversionistas socios. Y entonces, una compañera y gran amiga que siempre había querido invertir conmigo me lo vuelve a ofrecer e invierte unos US$12.000, con los que mandé a hacer una plataforma, y así nació micochinito.com. Después hice una ronda de levantamiento de capital un poquito más grande. Empezamos a trabajar con talleres y con jóvenes. Ahí empezó una línea de negocio con estos talleres presenciales que duró mucho tiempo.
-Vienes de una las regiones más conservadoras de México. ¿Cómo reaccionó tu familia cuando saliste del clóset?
-Les dije mucho tiempo después, dos años. Tiempo que tardo en procesarlo, en trabajarlo y ambos respondieron maravillosamente; mucho apoyo, a su manera. La realidad es que para mí eso no ha sido un elemento que haya marcado diferencias tan sustanciales. Creo que el gran juez y el gran discriminador era yo, conmigo mismo.

ACTIVISMO EMPRENDEDOR
–¿Empieza tu faceta cómo activista?
-Me acerqué a un activista que seguía en redes sociales, a Enrique Torre Molina, porque entendí que nada bueno pasaba dentro del clóset. Decidí buscarlo en el Senado cuando presentaba una película. Le hablé y le conté mi historia: que durante muchos años estuve destrozado por dentro. Enrique siempre había sido una de mis fuentes de referencia cuando buscaba afanosamente comprender mi realidad. Así surge Colmena 41: queríamos ayudar e inspirar a otras personas. Nuestro lema es conectar, inspirar y hacer comunidad.
A principios de 2018, en una Semana Nacional del Emprendedor, ya cuando el Inadem (Instituto Nacional del Emprendedor) se fortalece, Colmena hace el primer panel en un ecosistema de negocios hablando sobre la comunidad LGBT+. Y es un exitazo. Después de ese evento hemos logramos construir una comunidad muy fuerte y muy padre.
–¿Cómo fue la respuesta de la comunidad en ese momento?
-Te pongo un ejemplo: se me acercó un diseñador de modas un día. Diseñaba chamarras. Y me contó que se sentía identificado conmigo porque igual que a mí, tampoco le salía nada al principio. Me dice que sus chamarras no eran feas, pero que no se atrevía a ponerle chaquiras y barbas, cualquier cosa por la cual la gente fuera a darse cuenta que era gay. Pero perdió el miedo. Le puso las chaquiras y plumas -estoy exagerando (explica)- y todo cambió. Me dijo que también a él lo salvó el hecho de poder ser el mismo.
-Qué liberador.
-Exactamente. Por esa época empezamos a hacer los lunes de Colmena que eran una especie de páneles donde creábamos comunidad. Después empezamos a trabajar con Meta en actividades grupales, con quienes seguimos hasta la fecha, y con quien hemos hecho algunos estudios muy interesantes.
–¿Cómo se dio esa relación con Meta?
-Concursé en una convocatoria de las mejores historias de emprendimiento organizado por la revista Entrepeneur, y ahí conocí al equipo de Facebook en México. Les conté que un gran valor agregado que tenía MiCochinito era poder dar sus talleres en redes sociales, específicamente en Facebook. Tiempo después ganamos el premio al Impacto Social de Meta, que era ir a San Francisco a conocer las instalaciones de Facebook, en Menlo Park. Ahí recibimos una serie de capacitaciones, talleres y pláticas, sobre todo de user experience, y quedo maravillado con lo que veo, sobre todo con la cultura de Silicon Valley. Me doy cuenta cómo esa cultura está asociada a la inclusión, algo que en ese momento no entendía.
Un ejemplo: ponían tampones en un baño de hombres para pensar en la comunidad trans. Es parte de esa nueva cultura laboral muy asociada a valorar a los individuos tal como son, con todas sus características. Estas cosas que suceden, y que algunos tachan de woke (expresión para decir que algo es despectivamente progre), en realidad son procesos para que las personas, todas las personas, aunque uses tampones o no, se sientan valoradas y se sientan incluidas. Esa cultura de la inclusión importa para que la gente retenga talento y para que las mejores personas y las mentes más creativas realmente vayan contigo y se puedan desarrollar.
EL FRACASO DE MICOCHINITO.
¿Paralelo a esa historia seguías emprendiendo con MiCochinito?
Sí, sigue su desarrollo con muchos retos, el primero es el cambio de gobierno en 2018, un cambio de narrativa a una anti emprendedora y anti negocios que fue devastadora para la industria.
Empieza a desaparecer el Inadem (Instituto Nacional del Emprendedor) sin darle oportunidad a esa política pública cuando estas naturalmente toman mucho tiempo en dar frutos. Cuando surgió este instituto había gente extremadamente profesional y construyen una red de cosas donde el emprendedor es el último eslabón, construyen fondos de inversión, instrumentos de cooperación internacional, instrumentos de créditos y garantías.
Se empieza a asociar al emprendimiento y los negocios como algo malo, y eso hace que le empresa privada retire apoyos. Se destruye el capital humano en menos de un año. El epítome más importante del ecosistema emprendedor era la Semana Nacional del Emprendedor, donde nació Colmena, y se acabó.
Fue un golpe muy importante del que el ecosistema apenas se está recuperando, si es que se está recuperando. Creo que ahora hay ecosistemas aislados en diferentes partes de la República, en los que cada uno hace su esfuerzo y así vamos.
¿Ante esa situación tan complicada, cómo pivotea MiCochinito?
Ya para entonces sabíamos varias cosas. Primero, que el crowdfunding de recompensas, como nosotros lo teníamos pensado, como modelo de negocio, no funcionaba, no era rentable, pero como polo atractor de talento era interesantísimo.
A pesar de todos las carencias, encontrábamos proyectos en lugares apartados que a nivel técnico eran impresionantes. Nos decían que llegábamos como bocanada de aire fresco porque los alumnos difícilmente creen que el emprendimiento sea un camino. Una vez que pasan el examen el estudiante migra o vende cinturones en el parque o se une al crimen organizado. Cualquiera de esos tres caminos es terrible y el talento ahí estaba.
Para los maestros era muy frustrante oír que sí se puede pero después recaudar fondos era extremamente complicado. Como negocio vivíamos de estos talleres presenciales porque la comisión por crowfunding era muy bajita
Ante la gran sacudida entendimos que el sector privado sí tenía interés en conocer este tipo de iniciativas. Ya para entonces teníamos un pool grandísimo de proyectos. Como 12.000.
Entonces empiezo a integrar el sector privado y empiezo a tener clientes del sector privado que pagaban por estas giras que seguíamos haciendo en aras de conocer este talento en la medida de lo posible, rescatarlo, incorporar otros modelos productivos nos toma más o menos un año. Y entonces llega la pandemia y los talleres presenciales desde la iniciativa privada se caen y la facturación se va a 0. Después se reactivó, pero ya muy poco y apenas en ese proceso fue que eventualmente los números ya no dieron.

DESDE CEROS
–¿En ese momento decides irte a Canadá?
-Después de todo este proceso, entendí que iba a estar muy complicado participar en el ecosistema en México. Esas llamitas de salvación que teníamos, como haber incluido al sector privado, ya no estaban.
Yo no tenía mucha idea de lo que iba a pasar. Intenté buscar con mis inversionistas, pero no se querían venir a Canadá. Y no es fácil; nada, nada, nada fácil. Además, llegué todavía cargando las deudas rezagadas, las nóminas rezagadas.
Pero en una de mis últimas iteraciones al modelo de negocios con universidades descubro que en una de ellas habíamos corrido un experimento para que los chavos en aula financiaran proyectos y no nos había ido bien. Entonces, después de muchas conversaciones me dijo una maestra que aunque no funcionara le encantaba que sus alumnos tuvieran una herramienta donde podían “pitchear” y que, además, lo pudieran socializar con sus amigos, con sus compañeros. En ese momento me di cuenta que ahí había algo. En eso es lo que estoy trabajando hoy.
-¿Qué lecciones te dejó esa crisis y tu llegada a Canadá?
-Descubro en Canadá el verdadero ecosistema de emprendimiento y veo que hay oportunidades gigantescas. Cuando llego a una reunión de pitching investors encuentro unas 400 personas, de las cuales éramos únicamente 30 y tantos emprendedores y el resto eran inversionistas. Me doy cuenta que el recurso escaso lo tienen los emprendedores. El recurso escaso no es el dinero, es el talento. El inversionista estándar mexicano no sabe eso. Entendí la realidad de otra manera.
Y entiendo otra lección valiosísima: me divorcio personalmente de MiCochinito y lo veo como lo que siempre fue, un negocio, un ente separado de mí. Estoy seguro que no soy el único emprendedor que se compromete tanto con un proyecto, al grado de que se pierde a nivel personal. Eso fue importantísimo reconocerlo para seguir caminando.
Tuve que echar mano de los recursos humanos y emocionales que tenía, porque eran los únicos que me quedaban. Sobre todo, en la última etapa, sufrí mucho. Y me sentí tan acorralado y tan sin opciones. Por supuesto que tomé terapia psicológica, que esa es otra gran lección: un emprendimiento puede llegar hasta cierto nivel, pero cuando quieres llegar al siguiente tienes que estar tremendamente bien emocionalmente.
–¿Colmena sigue activo después de cambiar tu residencia a Canadá?
Más activo que nunca. Colmena pudo surfear muy bien la pandemia y los retos que hemos enfrentado, y ahora estamos trabajando básicamente en tres proyectos: nuestra serie de webinars y eventos online; y pronto vamos a presentar #YoEmprendíconOrgullo, un estudio con Meta que reúne 41 perfiles de emprendimientos LGBT+ de toda la República, tecnológicos o no, a través de los cuales se puede demostrar como las vidas que nos aceptamos y que nos queremos, tenemos cabida en la sociedad desde las distintas perspectivas de negocio.
DISCRIMINACIÓN
–Encontramos una declaración de Enrique Torre Molina, tu socio en Colmena 41, que decía que las startups LGBT+ surgen en su mayoría por una experiencia de discriminación. ¿Estás de acuerdo? ¿Me puedes explicar un poco más esta afirmación?
-Me voy al caso más extremo de todos y de ahí lo podemos descafeinar. Para una persona trans sus oportunidades de empleo están genuinamente muy limitadas por el simple hecho de cómo se ve; hay estigmas y discriminaciones muy grandes. Por eso hay perfiles muy clichés, donde la comunidad se siente a gusto, donde la comunidad se siente aceptada porque no hay discriminación, pero si intentas hacer algo diferente, por ejemplo, programar y desarrollar software siendo una persona trans, todo se pone más difícil. Para que un empleador te dé una oportunidad va a ser infinitamente más difícil, tan más difícil, que mejor lo dejas todo y pones tu propio negocio. Esa es la razón.
A veces, por ser quién eres, es más fácil forjar tu propio camino y hacerlo distinto. También yo. Emprendí porque quería cambiar este mundo en el que no sentía tanta pertenencia.
-¿MiCochinito fue una extrapolación de esa necesidad de inclusión a otras aristas de la vida?
-Por supuesto. Porque ese mundo que no existe y que te tienes que crear, tiene retos muy distintos. Para mí, ser gay, es una gran bendición, porque creo que todos, de una u otra manera, cargamos con un clóset, y para los gays el clóset es muy evidente. En el caso mío y de otros miembros de la comunidad es que se vuelve tan evidente y tan claro que ya sabes qué hacer, y entonces, emprendes. Yo lo hice por el lado de la inclusión.