Por Anita Farfán, Fundadora de Desafío Ambiente.
Cuando decidí abrirme un espacio en el mundo del cuidado del medioambiente y el emprendimiento, no imaginé todos los desafíos que iba a enfrentar.
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O, en realidad, de forma inconsciente los intuía. No es casual que el proyecto llegara al mundo bajo el nombre de “Desafío Ambiente”.
Es que hablar hoy de economía circular no suena raro, pero hace menos de una década era prácticamente una locura tener el sueño de crear una empresa que revalorizara el plástico, ese que usamos en envases de champú, detergente o de botellas de bebidas. Y no saben cómo crecía el tamaño de la locura si ese emprendimiento lo lideraba una mujer.
El mundo del reciclaje era un espacio rudo y masculino. Nadie creía que una mujer iba a dejar la vestimenta formal y los zapatos de oficina, por bototos y un overol; menos, acostumbrarse a convivir con desechos.
Aunque las cosas han cambiado un poco, para bien, aún persisten prejuicios y una falta de apoyo hacia las mujeres del mundo del reciclaje, dos de las razones que explican que, en Chile, hay muy pocos emprendimientos de este tipo dirigidos por mujeres que hacen locuras que trascienden.
La que fundé es una de esas excepciones, el emprendimiento de una mujer que está orgullosa de trabajar para mejorar el planeta.
La idea de dedicarme a esto fue muy pensada y surgió de la necesidad de aportar al ecosistema donde vivimos, donde la basura daña y conquista espacios de naturaleza volviéndolos hostiles para la flora y fauna. Es por eso que elegí el plástico como material de trabajo, porque junto al equipo de Desafío Ambiente creemos que sus características tan criticadas, como su durabilidad, es precisamente una de sus mayores ventajas si la usamos en favor de la sociedad.
Pero ¡cuánto costó que se entendiera que era posible! Solo la perseverancia y la convicción de que íbamos por el camino correcto dio sus frutos: después de ocho años en el mercado, dejamos fuera de vertederos, lagos, mares o tierras cerca de 20 toneladas mensuales de desechos plásticos.
¿Cómo? Transformando el plástico en muebles, materiales de construcción y elementos decorativos. Maceteros, terrazas, mesas, bancas y sillas son la prueba tangible de que un sueño se cumple con trabajo; de que un material criticado y demonizado no tiene por qué terminar en un vertedero. Sobre todo, porque, al ser rescatado, se reduce la tala de árboles y se aprovecha la “madera plástica”.
Hoy, a casi una década de haber iniciado mi trascendente locura, puedo decir con orgullo que he aportado a que muchas más personas crean que la economía circular es una dinámica concreta, palpable, que se alimenta de acciones generosas, como las que sabemos liderar las mujeres en un territorio plagado de hombres.