Aunque la tarjeta se vista con chip, cuenta RUT queda

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Por Iván Bueno, periodista de la Universidad de Chile. Es especialista en comunicación organizacional y gran minería y manejo de crisis comunicacionales. Es experiodista del diario Las Últimas Noticias (Chile) y excodelquiano. Hijo de la educación pública, cocinero y pintor aficionado, conversador empedernido. Lo encuentran en LinkedIn, Instagram y Tik Tok.

-Hola, necesito un crédito hipotecario.

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-¿Tiene empleo estable?

-Bueno, trabajo en varias aplicaciones y genero una renta.

-No, señor, eso no sirve.

-Pero nunca he estado moroso…

-¿Tiene bienes?

No, la verdad es que no…

-Quizás podríamos estudiar un crédito de consumo.

Siempre he pensado que los trámites son un karma, un castigo en la vida que te obliga a dejar de lado tu individualidad para integrarte a una especie de rebaño. Esa sensación se agudiza en mí cuando se trata de trámites bancarios.

Entrar a uno de esos santuarios del dinero es como hacerlo a una iglesia a confesarte, donde debes contar tus íntimos secretos y debilidades para que te absuelvan y puedas optar a un crédito, solo si las puertas del cielo se abren en ese momento. Pero no es raro que la divinidad te ignore por tu prontuario; o lo peor, que te lancen al lugar del fuego eterno por imbancable, por no tener dónde caerte muerto, no merecer confianza.

Cuando recién empecé a trabajar, fue todo un paso a la adultez sacar cuenta corriente. Lo hice en un banco que tenía una sucursal cerca de casa, y con una ejecutiva que, digamos, me hacía sentir bien.

Ese buen clima duró hasta que, examinando las cartolas, descubrí que, por confiado (o embobado), no había advertido una serie de cobros a mi modo de ver innecesarios. Confirmar aquello dio paso a una de las primeras rupturas que tuve en mi vida: recuerdo cuando cerré la cuenta, y ella, la ejecutiva que me hacía sentir bien, al despedirme me dirigió una última mirada, esta vez de nostalgia, mientras me alejaba triste pero convencido de que la decisión era justa y necesaria.

Tuvieron que pasar varios años hasta comenzar a sufrir una molestia mayor, esta vez crónica, el bombardeo por correo, SMS o a través de mensajes en alguna red social, de todo tipo de ofertas bancarias. Los responsables, incluso entidades que nunca pensé que derivarían hacia los negocios financieros, como las tiendas por departamento a las que iba, año a año, a comprar mi uniforme escolar.

Luego vinieron las cobranzas, fruto de esa modernidad ubicua que siempre anuncia ‘saque su cuenta ahora mismo, sin gasto mínimo, con línea de crédito’, y adelantos en efectivo que, mágicamente, aparecen con sólo hacer un clic o decir acepto, muchas veces sin estar convencido, durante una de esas incontrarrestables e inmanejables llamadas telefónicas desde un call center.

Pero ese menú tentador no es para todos. La realidad indica que el sistema financiero tradicional discrimina y sigue profundizando la desigualdad con sus prácticas, representada en las diferencias abismantes de acceso que tienen los ciudadanos de la base de la pirámide y los que tienen un excelente pasar. Si no, que lo digan los millones de personas que creían estar dando un salto cuántico cuando anunciaron que todos tendríamos una cuenta RUT. Ahí, listita, llegar y llevar, incluso equipada con un chip para parecerse a sus primas en segundo grado, esas plásticas del mundo privado.

El salto cuántico se parece más al fallido salto sobre un charco en un día de lluvia. Basta con observar el rostro del dependiente de un centro comercial cuando se desenfunda una cuenta RUT al momento de comprar; quizás en tu entorno se trate de un gran avance, de un signo de estatus, pero la verdad es que al patito lo ven como el pariente pobre del mundo tarjetahabiente.

Como humilde cliente del sistema bancario, creo que puede haber varias razones para ello. Ahora se me ocurren dos que juegan en su contra: que el número de la tarjeta sea el mismo del RUT, lo que hace pensar en algo adocenado, de escaso mérito; y esa indeterminación que confunde cuando debes transferir dinero y no sabes qué alternativa elegir en la aplicación o el sitio web del banco: ¿cuenta vista o cuenta corriente? En realidad, sirven las dos, o sea, a tu cuenta RUT nadie se ha tomado el tiempo de hacerla exclusiva, de elevar su reputación.

¿Habrá una manera de inyectar empatía y solidaridad a los servicios financieros? ¿Es posible no recibir un portazo si eres de escasos recursos? ¿Que no te evalúe la clásica comisión de hombres que suben y bajan el pulgar, cuando el banco decide si eres digno de un crédito hipotecario o una cuenta corriente? ¿La solución está en evitar a los humanos, y confiar en la decisión de las máquinas, alimentadas con data?

Así como existe el comercio justo, debería imponerse el trato justo y la no discriminación en la venta de los servicios financieros, porque merece todo el respeto aquel peregrino de largas filas en el banco y propietario de una cuenta RUT, seguramente, uno de esos soñadores que deben endeudarse para intentar lograr su plan de vida; uno de esos emocionados chilenos que se llenan de buen ánimo cuando reciben una oportunidad, como obtener una cuenta corriente. El mismo que hará todo lo posible por ser responsable ante la confianza depositada.

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